sexta-feira, 1 de junho de 2007

Texto referência - versão espanhol

CONOCIMIENTOS TRADICIONALES EN BRASIL Y EN AMÉRICA LATINA: UNA AGENDA DE RESISTENCIA Y CREATIVIDAD

José Jorge de Carvalho

I. EUROCENTRISMO COLONIAL Y DESCALIFICACIÓN DE LOS CONOCIMIENTOS TRADICIONALES

Más que nunca, tal vez en toda la historia de América Latina, vivimos un momento de cuestionamiento serio y profundo del modelo cultural eurocentrista que nos ha caracterizado desde los primeros tiempos de la colonia. La formación de las sociedades coloniales en el Nuevo Mundo se dio bajo el signo de la descalificación radical de todo el saber de los innumerables pueblos que dieron origen a nuestro continente. La llamada «conquista» de la América Española (o el llamado «descubrimiento» de la América Portuguesa) consistió en el trabajo negativo de convertir los cientos de pueblos diferentes que vivían en esas latitudes llamados «indios». El término indio fue enseguida asociado a la idea de «salvaje», esto es, aquel que vive en la selva y por lo tanto no posee ni cultura ni saber sistematizado o relevante; o entonces la idea de «bárbaro», esto es, aquel que sigue estándares culturales inaceptables, porque no son civilizados. En el caso del salvaje, la descalificación se dio por la infantilidad: se trataba de inculcar en su mente los valores y el saber occidental para humanizarlos por primera vez. Ya en el caso del bárbaro, estigma que alcanzó a la mayoría de las poblaciones originarias del Nuevo Mundo (principalmente cuando comenzó a quedar claro para los invasores que ellas resistirían al proyecto de dominación que les había sido impuesto), la tarea civilizadora pasaba por una doble intervención descalificadora: desacreditar el saber y los valores que ellos practicaban para enseguida «re humanizarlos» (a la fuerza, básicamente) por medio de la imposición del saber y de los valores occidentales dominantes.

El término «indio» representó, de esta forma, la primera señal de una pérdida o sofocamiento de los referentes simbólicos propios de los grupos humanos con quien los españoles y portugueses se encontraron al comienzo de la colonización. A menos de 50 años después del inicio de la subyugación de los grupos originales del continente en el cual vivimos, los colonizadores europeos comenzaron a traer también miles de africanos esclavizados para el trabajo forzado, año a año, por más de 300 años (llegando a más de 12 millones de personas). Como en el caso de los pueblos originales, las poblaciones esclavizadas pertenecían a centenas de naciones diferentes que vivieron por siglos en sus territorios tradicionales en el interior del continente africano. La descalificación de los africanos esclavizados (tanto en su sabiduría como en su humanidad en general) fue, desde el comienzo más dramática que la de los indígenas, ya que ellos tuvieron muchos menos elementos propios en que apoyarse para comenzar un movimiento mínimo de resistencia contra el horroroso régimen al que fueron sometidos contra su voluntad.

Las historias de la colonización descalificadora y del genocidio físico y simbólico, de un lado; y de la resistencia cultural a las violencias y a la represión, del otro lado; y finalmente, la revalorización de los espacios simbólicos de autonomía propios, fueron seguramente específicos para cada una de las centenas de naciones indígenas. Y todas ellas, a su vez, fueron diferentes de las historias de dominación y resistencia vividas por los esclavos y ex-esclavos africanos en América.

Las naciones indígenas contaban por lo menos con muchos conocimientos útiles para su sobrevivencia frente a una situación de tamaña adversidad, como los detalles de la fauna y de la flora y la familiaridad con el territorio en general, cuya dimensión sagrada intentaron preservar, a pesar de la violencia simbólica propia de la colonización. Ya los africanos esclavizados tuvieron que rehacer casi enteramente su saber y los códigos culturales de origen, desarrollando dos estrategias básicas que distinguen las tradiciones culturales de la Diáspora afroamericana hasta hoy: la fuga del régimen esclavo, formando las sociedades quilombolas (modelo que existió simultáneamente en todos los países esclavistas del Nuevo Mundo desde el siglo XVI); o la sobrevivencia en el interior del régimen esclavista, negociando expresiones simbólicas con los opresores blancos occidentales y, a partir de ahí, recomponiendo y recreando el saber propio que les permitió crear tradiciones culturales que distinguen las comunidades afroamericanas hasta hoy.

Todos estos grupos humanos se encuentran ahora en un proceso intenso de retomada de sus conocimientos y valores culturales y sociales tradicionales para afirmarlos frente a la sociedad nacional en igualdad de condiciones con los conocimientos de origen europeo, dominantes y utilizados para representar a la nación brasileña, tanto en los espacios internos como en los externos. El presente taller se incluye precisamente dentro del espíritu de esa retomada por la dignidad de todo el saber y por la ecuanimidad en la representación cultural.

Mismo bajo el signo de la resistencia, de la recreación y de la hibridación cultural constante, nuestras sociedades se consolidaron, hasta muy recientemente, como sociedades enteramente eurocéntricas en el modo como las elites sociales, económicas y políticas proyectaron nuestros Estados. Nuestras instituciones públicas de mayor prestigio, tales como museos, universidades, academias, están marcadas por la afirmación de la cultura occidental y por el recalque de las culturas indígenas y africanas. Por otro lado, lo que caracteriza al momento actual, de prácticamente todos los países de América del Sur, es el proceso de retomada del saber artístico y científico propio de nuestros pueblos tradicionales.

El horizonte de justificación moral de la colonización y de la esclavitud fue justamente repetir incesantemente que los indígenas y los negros eran ignorantes, incapaces, incultos, embrutecidos. Peor aún, que desconocían las formas «superiores» de la cultura, que no tenían arte sofisticado, que no habían desarrollado conocimiento científico; que eran supersticiosos en lugar de religiosos y que sus formas de espiritualidad eran inferiores, primitivas, fetichistas, animistas, de ahí la necesidad de su conversión (forzada, claramente) al catolicismo y a la correspondiente represión, que duró siglos, de sus formas tradicionales de religión y de espiritualidad. Las tradiciones xamânicas, las bebidas y las formas propias de alteración de la consciencia y los complejos rituales indígenas fueron perseguidos por los sacerdotes (persecución que continúa aún hoy, en muchas naciones indígenas). Y en el caso de los afro descendientes, las religiones de matriz africana también fueron perseguidas, al punto de que hasta hace treinta años los terreros de candomblé, xangô, batuque, mina y otras formas de cultos afrobrasileños eran obligados a retirar un permiso en la Comisaría de Juegos y Diversiones cada vez que realizaban una fiesta pública para los dioses africanos y para las entidades de los cultos sincréticos (como el umbanda, la pajelança, la jurema, etc).

Abolida la esclavitud y declarada la República, la naturaleza de esa descalificación cultural y simbólica generalizada continuó sin mayores cambios hasta casi la mitad del siglo XX. La verdad, se puede decir que a lo largo de todo el siglo pasado, la elite brasileña negó los conocimientos tradicionales de otras poblaciones, en bases semejantes. Las comunidades quilombolas, los campesinos, los pueblos de la Selva (ribereños, extrativistas), los gitanos – en fin, todos los grupos que detienen varios tipos de saber y artes tradicionales (o no académicas) fueron «folclorizados» (en un sentido paternalista y condescendiente del término, sin querer criticar el empeño sincero y erudito de muchos investigadores que se definen como folcloristas) según el entendimiento de la cultura erudita. Sus prácticas culturales y su saber tradicional fueron definidos como algo que remetía a nuestro «pasado», que nos reconectaba con nuestras «raíces», pero siempre evaluados como distantes y subalternos con relación a la modernización cultural que se imponía (y aún se impone hasta hoy) como meta para las instituciones oficiales del Estado.


II. RESISTENCIA DE LOS PUEBLOS TRADICIONALES E INCLUSIÓN CONSERVADORA DE LAS ELITES

Un primer momento de revalorización de los conocimientos tradicionales de nuestras comunidades se dio por medio de una concientización, de una parte de la elite intelectual blanca dominante, de que esos conocimientos son parte integrante y constitutiva de nuestras naciones. De esta forma, desde el comienzo del siglo XX, asistimos a un movimiento constante, todavía que minoritario, de «coleta», «rescate» e incorporación de las culturas indígenas y africanas en los archivos, museos y instituciones de enseñanza e investigación de nuestros países. En el caso brasileño, las décadas del treinta y cuarenta del siglo pasado fueron emblemáticas de esa primera revisión del eurocentrismo exclusivo que aún hoy es predominante en la política cultural de nuestra elite estatal. Este modelo de incorporación de la diversidad cultural del país admitía el símbolo indígena o africano, pero siempre absorbido por el paradigma epistémico occidental. El intelectual blanco eurocéntrico evaluaba la mayor o menor importancia de los conocimientos tradicionales no occidentales de acuerdo con los parámetros artísticos y científicos occidentales. Enseguida, procedía a incluirlos en el rol de los símbolos culturales que él definía como «nacionales» o meramente «regionales» a partir de esa evaluación, de la cual los artistas populares estaban previamente excluidos.

El movimiento modernista en Brasil fue paradigmático de esa absorción selectiva y excluyente. Los conocimientos tradicionales eran documentados y también digeridos, pero los creadores y los que detenían esos conocimientos continuaban fuera del proceso de decisión y también del acceso pleno a los bienes y servicios que el Estado concedía a esos intelectuales sensibles a la diferencia estética cognitiva y simbólica hasta entonces negada. Este primer modelo de incorporación de la diferencia cultural puede ser caracterizado como un modelo fundamentalmente monológico de conceptualización y promoción de la diversidad cultural. Dada su larga historia, podemos identificarlo aún hoy en muchas políticas de relación con las comunidades tradicionales en las que sus conocimientos son valorizados y erigidos a condición de emblemas o íconos nacionales muy cerca de un tipo de multiculturalismo unilineal, o liberal: la diversidad cultural se presenta por parte del Estado, pero la jerarquía de decisión y la hegemonía epistémica no cambian. Es la cultura occidental que tiene los parámetros para valorizar la diversidad que incluye o no la occidental; este movimiento siempre es de mano única, sin darles a las comunidades que detienen los conocimientos tradicionales la oportunidad de probar sus parámetros propios para evaluar los conocimientos occidentales hegemónicos. Desde el punto de vista conceptual, podemos decir que la diversidad cultural pasa a ser celebrada, pero a un precio de contener y sofocar la diferencia. Se acepta la pluralidad de las manifestaciones culturales, manteniendo la exclusividad de los criterios de evaluación de la eficacia – estética, simbólica, científica – de los elementos que componen esta pluralidad.

Insistiendo también en este punto crucial, afirmar la diversidad, solo que como es colocado en la pauta actual de la industria cultural transnacional, no desafía necesariamente los exclusivismos, los privilegios y los eurocentrismos arraigados desde hace siglos. Por el contrario, hasta puede fortalecerlos, en la medida en que elementos exóticos son incorporados a la matriz cultural dominante y las elites pueden presentar una imagen interna y externa del país como diversa sin alterar la jerarquía de prestigio y poder fundador de la nación brasileña como cristiana y occidental. Para construir una diversidad cultural que no sea superficial, es necesario darles voz a los maestros de los conocimientos tradicionales, dividir con ellos, no solo un lugar en el escenario, sino la concepción y la construcción del propio escenario.


III. REVALORIZACIÓN INTERCULTURAL Y DIÁLOGO HORIZONTAL ENTRE EL SABER

Una nueva retomada surge ahora, con la creación de la Secretaría de la Identidad y la Diversidad Cultural y la plataforma internacional generada por la Convención de la Diversidad de la UNESCO, en donde los que detienen los conocimientos tradicionales comienzan a hacer parte del proceso de decisión en lo que respecta a la reconstrucción del perfil de la diversidad cultural de Brasil. Movimientos análogos, algunos más amplios, otros más restringidos, vienen desarrollándose paralelamente en otros países sudamericanos, como en Bolivia, en Ecuador y en Venezuela. En el momento en que el proceso de incorporación pasa a ser dialógico, el modelo de multiculturalismo conservador da lugar a un paradigma de multiculturalismo crítico, en que los conocimientos tradicionales dejan de ser solo objetos de estudio, o productos artísticos o simbólicos para ser promovidos y pasan a funcionar también como epistemologías alternativas a las epistemologías occidentales.